Una paranoia hecha realidad


Por fin logré sacar a Paulina de su casa. Desde hace algunos años se había vuelto bastante hogareña, actitud que de acuerdo a lo que explicaba se debía a su preparación como mujer madura, la cual le serviría cuando decidiera tener hijos y una familia con su adorado "quinchoncho", como solía referirse a su pareja.
Fuimos a un pequeño café, de mesas de madera. El color de cálidas lámparas penetraba a través de cristales alegres, las grandes ventanas dejaban entrar el tibio aire que después de pasear por el río recogía los aromas de perfumes femeninos mezclados con el soplo del café que giraba en aquel local.
"La antigua Angostura oculta algunos secretos" – pensé – "¿es posible disfrutar de un lugar tan acogedor, en medio del calor que tuesta la sensibilidad humana y hace de este pueblo una eclosión de violencia, mala educación y desprecio desbordado hacia el otro?", entonces de pronto sentí que estaba en un lugar mágico y quise compartirlo con Paulina, así que le dije:
Siento como si estuviera en otro lugar.
Pero Paulina, replicó ante mi cara de placer:
Eso de salir a tomar café como un ritual para conversar, no es lo mío, es decir, no
tomaría la iniciativa de invitar a nadie a hacerlo. Fíjate – hizo una pausa y colocó su café sobre el pequeño círculo de porcelana blanca – a mí ni siquiera me gusta celebrar "mi" cumpleaños, me parece más importante el día en que mis padres unieron sus cuerpos para formar mi vida. Además –continuó mientras encorvaba una ceja y miraba de lado- en todo caso celebrar tu cumpleaños el día que naces es como robarte nueve meses de existencia que nadie cuenta y ¡yo no celebro robos, ni malos entendidos! Para mí no hay Navidad; San Nicolás no existe; el niño Jesús no nació el 24 de diciembre… –suspiró con indiferencia.
Pensé que tal vez el hecho de sentirme en otro lugar no era sólo a causa del ritual del café, si no el contraste de poder disfrutar aquel simpático momento, cuando la cotidianidad era dura y se levantaba temprano, así que traté de expresar mi sentimiento de otra manera:
Bueno siento que es como un viaje a otro país.
-¡Ahh!- exclamó mientras levantaba la palma de la mano, ademán que me sugirió entender mi sentimiento- eso debe ser, porque seguramente al viajar es cuando vas a cafés y restaurantes, debido a que en esos casos uno siempre come en la calle.
La frustración me invadió la sonrisa y hurgué en mi mente las palabras correctas para poder transmitir la belleza que percibí en aquel pedazo de espacio-tiempo y probé con estas:
Paulina, esto es como estar en un cuento - y miré alrededor para corroborarlo, había grupos de amigos y parejas en las mesas contiguas, todos con expresiones de alegría, paz, solidaridad, entretenidos en palabras que resonaban armónicas en la pequeña caja donde aquella noche nos congregamos por causalidad almas acompasadas de calma.
Paulina sonrió y sus ojos brillaron:
Entonces mi querida amiga, estamos en tu cuento.
Yo sonreí también y ella después de una pausa, preguntó interesada:
¿Y cómo me llamo en tu cuento?
Paulina – respondí. Reímos.
Llegaron los postres, seguimos conversando y mientras Paulina movía sus brazos estrogénicos, contando historias asombrosas de algún personaje que había conocido en uno de sus viajes, mi mirada era absorbida por alguna otra de una mesa lejana. Sentí una fuerza a mi derecha, al girar el rostro una mujer de cabellos descoloridos fijaba sus pupilas en nosotras, traté de mantener mi atención sobre las palabras que se escapaban de la boca de mi oradora, pero repentinamente aparecía una nueva fuerza desde el ángulo opuesto, era un joven que acababa de sentarse con una chica cerca de una de las grandes ventanas y sus negras pupilas tropezaron con las mías.
- Paulina…- interrumpí casi susurrando- creo que la gente nos está mirando, parece que estamos hablando en voz muy alta.
Mi interlocutora, que se encontraba sentada frente a mí, dijo unas palabras que me tranquilizaron y agregó:
- No vayas a incluir paranoias en tu cuento- mientras comía con serenidad un pedazo de pudín.
El mesonero que se encontraba a las espaldas de Paulina, súbitamente también concentró su ojo sobre nosotras, así que examiné sus movimientos, noté que no se fijaba en mi acompañante, sino en una horripilante mosca que se encontraba posada en la pared de la ventana muy cerca del brazo derecho de ella. Como era de esperarse mis ojos rebotaron varias veces entre el insecto y el mesonero, y sin percatarse de lo que ocurría a sus espaldas mi compañera indagó:
¿Estás aburrida de lo que estoy diciendo?
Negué suavemente con la cabeza para evitar bruscos movimientos que hicieran despegar a aquel artrópodo urbano de gran tamaño, así que Paulina insistió:
¿Qué ocurre detrás de mí?
No te muevas- advertí- hay una mosca gigante.
Aún no había terminado de decir esto cuando Paulina se volvió rápidamente y aquel bicho de inusual tamaño la atacó volando alrededor de su cabeza, ella trató de defenderse con algunos manotazos, pero sólo consiguió que expandiera su preciso vuelo para atacarnos a ambas, apreté fuerte mis párpados, a la vez que sacudía mis manos como si tuviera también pequeñas alas.
Después de unos minutos, el zumbido infernal desapareció. Abrí los ojos y aliviada pensé que se había ido. Nos miramos e inocentes empezamos a reírnos con aires victoriosos, sin darnos cuenta que nuestro contrincante aún no se había rendido, por el contrario se ubicó en un rincón desde donde tomó mayor impulso y sin más, se disparó como un proyectil y apenas alcancé a ver sus múltiples ojos frente a frente cuando lancé un grito, ambas empezamos a gritar. El insecto no se descontroló, pues finalmente me golpeó la frente. El impacto sacudió mi cabeza, pero el cuerpo invertebrado vibraba con sonidos eléctricos sobre la mesa. El mesonero intervino con un matamoscas, que blandeó sobre la ahora indefensa mosca, creando un espectáculo visual que aplastó también cualquier estética surgida aquella noche entre las luces coloridas y los aromas nocturnos.
Todo el salón observaba el espectáculo, repentinamente proliferaban gestos de desagrado y asco, todas las mesas murmuraban, mi amiga lo notó y con mirada de juez dijo: te dije que no incluyeras paranoias en el cuento. Mis mejillas se sonrojaron , miré al cadaver frente a nosotras y lo cubrí con una servilleta.


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