Quiero pescado




“Quiero pescado”, dijo ella cerrando la carta, mientras sonreía y fijaba los ojos en su acompañante. Él sonrió pícaramente:

_ Que sean dos.

La tenue y cálida luz del restaurante traspasaba las copas dispuestas en cada mesa como faroles voluntarios en un jardín de platos de porcelana, los cuerpos tintos de las botellas observaban excitados a estos dos amantes renuentes aún de acercarse.

El parecía tener un control absoluto de la situación, su mirada segura, sus movimientos firmes y sensuales, su perfume preciso, su deseo evidente, todo fluía con la naturalidad de un parto en el agua y ella era el agua.

Aret movía bajo la mesa sus piernas sedosas, como un gato mueve la cola bajo las miradas extrañas, su vestido negro caía sobre su blanca piel como si las ondas marinas la hubieran vestido antes de salir.

El magnetismo empezó a acrecentarse; la fábrica de perfumes dormida en el interior de cada uno de ellos empezó a escarbar entre los códigos genéticos e inició una mezcla de sustancias y colores para bañar la sangre de los cuerpos con un aroma que luego salió por los poros exponiéndose en el aire aquella fragancia abstracta, hermosa, sutil, que como manos etéreas se paseaban por las superficies de las copas, los dedos, las uñas transparentes hasta alcanzar los labios.

El sintió un pincel caliente dibujándole el pecho por dentro, se acercó a ella, pero Aret retrocedió y torpemente dejó caer un tenedor al suelo. Ella torció el labio como pidiendo disculpas y suavemente se inclinó para recogerlo, cuando de pronto observó que de las extremidades de su acompañante sobresalía una protuberancia con forma de cola de pescado. Controló el sobre salto de su reflejo y con mirada firme regresó a la parte superior de la mesa. Ella sonrió y tomó su mano, acarició sus largos y fuertes dedos trigueños, luego los acercó a su boca y apretó sus labios contra ellos en un prolongado beso, abrió los ojos, lo miró con dulzura y preguntó:

_ Otra vez tú?

Él se alegró que lo hubiera reconocido y colocándose una mano en la sien, respondió:

_ Sí, pero hoy no me siento bien Aretusa.

Trató de levantarse de la mesa apoyando sus manos, pero cayó sobre el plato, su piel se fue volviendo gris, su rostro se alargó, respiraba con dificultad, su tamaño disminuyó, sus extremidades desaparecieron y allí estaba, convertido en un pez asfixiándose, sobre un exquisito plato rectangular.

Boquiabierta, ella no disimuló la alegría que le provocó aquel momento, se llevó la mano a los labios para contener el espasmo, sus profundos ojos negros se expandieron, pero ella no se permitió quedar adherida en ese instante, así que rápidamente examinó la mesa en busca de algo. Su mirada se detuvo en un tenedor y como la lengua de un sapo atrapa un insecto, su mano se apoderó de él. Aret empuñó aquel cubierto de puntas filosas y se precipitó sobre el pequeño animal, que abría y cerraba la boca tratando de respirar, mientras fijaba los ojos en ella pidiendo misericordia.

El inquieto ser acuático constriñó su cuerpo baboso y realizó tal esfuerzo que cuando el incisivo brillo de aquella arma era un hecho dentro de él, ya había logrado desdoblarse en un humo azul espeso de tamaño humano y así, sin despedirse, se deshizo una vez más en medio de las notas del piano que pesadamente caían sobre las cejas de Aret cuya mirada se perdía nostálgica sobre la bocanada de aire mientras relajaba sus dedos alrededor del tenedor que atravesaba al pescado sin alma.

Aret descansó en el espaldar de su silla, se encogió de hombros, juntó sus manos sobre su regazo y masculló:

- Ya nos volveremos a ver.

Buscó a su alrededor, hizo una seña al mesonero. Pidió la cuenta.


©2007


Comentarios

Davilis ha dicho que…
Buen argumento, buenos modales, buen uso del lenguaje...te amo mi niña..

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