Café


Quizás el olor del café lo despertó aquella mañana iluminada de diáfano vestido. Todo era una caricia en ese momento, el aroma, la luz, las sábanas tibias. Marcelo dio una vuelta sobre su espalda y abrazó la almohada aún impregnada por el dulzor que el cuello de Nella dejó caer al levantarse.

Para Marcelo el café era una referencia importante, como generalmente son las fechas para otras personas o los últimos dos dígitos del año. Cuando era niño preparaba cada tarde una taza de café para su abuelito quien se hacía cargo de él mientras sus padres trabajaban.

Aunque no estaba permitido tomarlo, los primeros encuentros con la rebeldía los tuvo Marcelo con aquellas tacitas llenas de café que, con la precisión del equilibrista que camina sobre la cuerda floja, hacía llegar al anciano no sin antes tomar dos sorbos. El sabor de aquel oscuro universo líquido durante su infancia era el sabor de lo prohibido.

Pero no todas las etapas fueron tan placenteras, sobre todo aquellas mañanas de lengua amarga y repugnante, por soportar toda la noche tazas y tazas de café para poder mantener los ojos atentos a las letras densas de los textos para el examen de la universidad.

La tristeza que sintió Marcelo al probar aquel atroz invento del café instantáneo fue escatológica, “se avecina el fin del mundo y el fin de los pocos placeres que se pueden disfrutar tranquilamente bajo la tarde, lo mismo que le hicieron al sexo, quieren hacerlo con el oscuro extracto proveniente de madres rubiáceas”, pensó.

Para hacer su disfrute más místico, Marcelo tomó el “Café de Dino” como su templo y allí sobre un acogedor piso de madera iluminado por la luz de las velas compartió muchas veces de aquel descubrimiento árabe con un desfile de almas inquietas. Grandes mujeres se detuvieron con él en aquel oasis de aguas tostadas, para descargar el verbo, refrescar las pasiones y emprender nuevos viajes por caminos desconocidos.

Fue en ese lugar, hace un año, donde hubo conocido a Nella, una mujer fantástica cuyos encantos se apoderaron de él de manera casi instantánea y al igual que el café en los tiempos de su abuelito, ella también estaba prohibida.

Nella salía con uno de sus amigos, pero las circunstancias dieron un giro, así que Marcelo optó por hacer un cambio: perdió un Alfil y capturó una Dama, una dama que aquella mañana buscaba entre los gabinetes algunas galletas, mantequilla y crema de queso para desayunar.

Marcelo atendió al llamado de las entrañas y se sentó a la mesa, ante la belleza matinal de la diosa que sonriente se aproximó a abrazarle para darle la bienvenida. Una vez más, el café marcaba una etapa en su vida, ella se acercó inclinó la pequeña cafetera conectada a la taza por el hilo marrón amargo que dejaba escapar el vapor danzante.

Justo allí su pensamiento se hizo claro, en su mente se dibujó el título de un comienzo, que hasta ahora no había alcanzado a entender y aunque la única expresión audible de esto fue un suspiro, en lo más profundo de sí despertaba una frase, que palpitaría durante mucho tiempo: ¡estoy casado! Y ante el eco de aquellas palabras, probaba el nuevo sabor de aquel brebaje que siempre le depararía nuevos misterios.

©2007

Comentarios

Davilis ha dicho que…
Despierta el puma que hay en ti..
Davilis ha dicho que…
En serio, me conenta que retomes esto...
Giacomo ha dicho que…
No estoy Casado¡¡

;)=
Cordovita Moreno ha dicho que…
jajajaj..pasaste la prueba giacomo?

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