Rastas de Oro

Don Carlos, bajó desde el tercer piso de la casa rosada hasta la planta baja, introdujo la llave, le dio dos giros, cada uno dejó escapar un sonido que selló con un eco la sala silenciosa, se aislaba así del mundo exterior, del otro lado quedaban las calles inclinadas de Barrio Obrero aún vivas y palpitantes.

El Barrio Obrero de San Cristóbal, nunca duerme, durante las mañanas es fiel a su nombre, la gente trabaja, vende y compra, mas al caer el sol su movimiento cambia pero no cesa, sus calles bailan como los brazos sensuales de una doncella, que a veces convulsiona de fiebre o de sobredosis.

Don Carlos fue a la cocina y en el umbral de la puerta se topó con un par de zapatos negros, un poco gastados, perfectamente colocados uno al lado del otro a la mitad del camino. Algo en ellos le pareció ajeno, el tamaño era grande, como el pié de un hombre, les echó una vistazo y decidió salir de dudas, subió a preguntar a sus dos hijos.

Tocó la puerta del mayor de ellos quien abrió soñoliento, luchando con sus propios párpados, su padre levantó los zapatos en alto y con su voz ronca preguntó:

- ¿Pablito, estos zapatos son suyos?

A lo que Pablo dio una respuesta ininteligible, modulada con la boca bien abierta por un bostezo y negando con la cabeza.

- ¿Son de tu hermano?

Pablo hizo una mueca con la boca, se encogió de hombros y levantó las dos manos, no tenía respuestas. Su padre siguió la ruta hasta la siguiente puerta y dio tres golpes, Gerson se levantó un poco acelerado, su silueta desgarbada se asomaba en la penumbra mientras preguntaba repetidas veces qué había pasado. El padre una vez más levantó los zapatos y explicó:

- Estos zapatos estaban en la cocina, ¿Son tuyos?

- No, ni idea de quien podrían ser.

El padre miró al piso y recorrió con la mirada su siguiente destino, la habitación de su hija Flora, se acercó y posó su oído sobre la madera. No escuchó nada. Dio tres golpecitos, esperó unos segundos junto a sus hijos que resguardaban sus espaldas cuales centinelas borrachos. Intentó una vez más, aumentando la intensidad en sus nudillos. Del otro lado se escuchó la voz de Flora gritando con fastidio:

- ¿Quién?

Abrió la puerta y se encontró con el comité de investigación recién constituido, frunció el entrecejo:

- ¿Cuál es el escándalo?

El padre le explicó y continuó con el interrogatorio de rigor:

- ¿Sabes de quién son estos zapatos?

- Si no son de ellos, ni de alguno de sus amigos, no tengo la menor idea. Respondió Flora en tono irritado, mientras se incorporaba al equipo. Bajaron las escaleras y bajo la tibia luz de la cocina el padre les señaló exactamente dónde los había encontrado.

Pablo encendió la luz de la sala y repentinamente vieron algo moverse bajo las escaleras, Flora brincó de súbito y se escondió detrás de su papá.

Restregándose los ojos con unos dedos barnizados de mugre, se levantó un hombre de piel tostada por el sol. Los dos hijos dieron un paso atrás, el padre mantenía su postura maciza ante el extraño.

Con parsimonia el hombre se levantó, parecía que acabara de despertar de un sueño profundo y plácido, miraba al suelo casi sin abrir los ojos, salió a la luz del bombillo y se sentó en uno de los muebles de la sala, su cabello rozaba sus hombros, era de un rubio decolorado por los rayos del día cuyas hebras se habían enredado en mechones que parecían rastas. El hombre examinó sus pies y miró las esquinas, el padre lo interrumpió en su búsqueda.

- Esto es suyo?

El hombre levantó la quijada en señal de acierto y extendió su brazo, Don Carlos le alcanzó el par de zapatos.

Mientras abría y cerraba los ojos, se calzaba los zapatos raídos. El padre se acercó a la puerta introdujo la llave nuevamente y la giró. El extraño no medió palabra, una vez se hubo puesto el calzado se levantó como si se hubiera tomado una taza de café, con naturalidad salió por la puerta y mientras caminaba levantó agitando su mano:

- ¡Gracias!

El padre sin ningún gesto en el rostro, levantó su mano casi de manera automática, mientras con la otra cerraba nuevamente la puerta. Sus tres hijos permanecían estupefactos ante él.

Don Carlos, pensó muchas cosas, pero sus primeras palabras fueron las de un cabeza de familia, inmediatamente emitió una orden:

- Cada vez que salgan y entren a la casa cierren la puerta con llave.

Los tres jóvenes estallaron en una algarabía de réplicas acusándose entre unos y otros sobre quién había dejado la puerta abierta, alzando cada vez más la voz y levantando dedos acusadores, entretanto desde la ventana, el extraño los observaba mientras se preguntaba si el bocadillo de medianoche sería más delicioso si tomaba el camino de la derecha o el de la izquierda y así, ya recuperado gracias a la lujosa siesta miraba una vez más, cómo las noches de Barrio Obrero convulsionaban ante sus ojos algunas horas antes del amanecer.

©2008




Comentarios

Francisco Pereira ha dicho que…
Jejejeje... yo cierro, paso la cerradura y pongo la cadenita!
Unknown ha dicho que…
horror............ lo peor es volver a ver a ese tipo por ahi rondando la casa.... parece q es vecino...y es indigente
Ángeles Navarro ha dicho que…
¿Y mas o menos de q año estamos hablando? porq estas ultimas generaciones tiene un chip incorporado con la naturalidad de cerrar candados, cadenas, pasar la multilock, etc.- pero a pesar de eso es posible para otros encontrar siempre una puerta abierta para encontrar lo q estan buscando en el momento, en este caso un poco de placentero descanso...Maravilloso, como siempre!!!
P.D: En septiembre el Master...Yupi!!!!
Giacomo ha dicho que…
LIndo, con un giro inesperado. ;)
Giacomo ha dicho que…
el dibujo lo hiciste vos... asi vamos bien, todos los derechos reservados. jeje
Cordovita Moreno ha dicho que…
Hola Francisco!!! hOLA cARAMELO... PUES esta historia está ambientada no hace muchos anos atrás..pero sí nos toca cerrar la puerta y poner la cadenita :S lo sé...
Lupilla!!!!
Giacomo...los dibujitos los hice yo... que tal?
un beso a todos..gracias por estar ahí :)
Anónimo ha dicho que…
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